sábado, 31 de julio de 2010

domingo, 25 de julio de 2010

El cuento de Pinky Pumilla que sirvió de guión para el corto


EL ENCUENTRO

El cronista acomodó su brazo en el mostrador, inclinó levemente el cuerpo y formalizó el séptimo intento por embocar el pucho en el tacho con arena que el Turco, prudentemente, había colocado en el esquinero que da a la puerta. Falló. Disgustado, caminó hasta la ventana y se puso a mirar el otoño que se escurría entre el aljibe y los caldenes de la entrada.

Se da cuenta -murmuró sin mirar al hombre que saboreaba su ginebra parsimoniosamente en el rincón opuesto- la espalda contra la pared del salón: es una tarde definitivamente linda para hacer algo. Y yo nos sé qué.

No hubo respuesta. No era tampoco una pregunta. El hombre siguió con los ojos puestos en los colores que Molina Campos había colocado al mes de mayo en el almanaque de alpargatas y volvió a mirar al Turco que con movimientos lentos sacaba filo al empecinado facón que siempre guardaba bajo el mostrador, junto al sieteluces de apagar entreveros.

Me ha reconocido pero no está temeroso -pensó Juan Bautista-; Eso puede ser bueno o malo. O me tiene fe o está esperando ayuda. Ya vamos a ver.

Un rayo de sol se demoró sobre los aperos cobijados por la enramada y el cronista se preguntó si le convendría partir a la madrugada o esperar hasta el día siguiente. En realidad tenía mucho tiempo: iba con rumbo a La Rinconada a encontrarse con una historia y un poema que había leído tiempo atrás en Santa Rosa. Luego regresaría por Puelches para verificar qué era eso del cobre. La noche anterior el negro Paulino, el Sapito y la Calandria lo habían deslumbrado con sus relatos, sus voces y sus guitarras. ¡Lástima que se hubieran tenido que ir a buscar ese estilo que el Bardino les había prometido! Lástima.

El local era espacioso, demasiado para los tres hombres silenciosos. El robusto mostrador albergaba algunos porrones y varios vasos prolijamente apilados por el Turco. Por encima, la vieja reja de madera que había contenido tantas provocaciones recogía los últimos mensajes de sol que se filtraban por la ventana. En el lado opuesto a Juan Bautista una pared y una sólida puerta de algarrobo custodiaban el escritorio y el acceso a las piezas.

El cronista abanicó su mirada por el interior del boliche. Se detuvo en el minucioso trenzado de los lazos, en la fina estructura de las sillas esterilladas y en las chaquiras que el Turco atesoraba en la vitrina donde guardaba los tarros de tabaco y las largas hojas de acero templadas con la vieja sabiduría del fuego y el aceite. Quizás tenía razón Pablo cuando me despidió: "Te vas a ir a otro lugar del tiempo... donde el hombre plural, unido hermano, indispensable, se redime en la urgencia -tan malherida pero tan intacta- de edificar la historia con sus manos". Sí, acaso tenga razón. Un imperceptible movimiento en la suave ondulación que precede al frente de la edificación lo sustrajo de sus pensamientos y permaneció con la mirada fija entre el hueco de tamariscos, con cierta expectación. Entrecerró los ojos.

La silueta desgarbada comenzó a recortarse con mayor nitidez sobre el horizonte. A medida que avanzaba a paso ligero y cortito los detalles se hacían más precisos entre las últimas reverberaciones del sol. Viene a pie. ¡Qué raro! La figura se detuvo para tomar un descanso en el último recodo y cambió de mano un gastado portafolios de cuero marrón. Camisa gris caqui, pantalones negros y un saco grueso de finas solapas. Botines acordonados, raídos y polvorientos.

El cronista creyó oportuno advertir:

_Se acerca un hombre.

Juan Bautista levantó la vista. Bajó las manos y se recostó con mayor firmeza contra la pared de tablas y chapas.

El turco interrumpió su labor y se corrió unos pasos hacia la derecha, cosa que cuando abriera la puerta el sol no lo encandilara de frente.

El caminante tomó otro breve respiro. Del bolsillo superior de su saco extrajo un prolijo pañuelo con el que se secó la frente y mesó los cabellos peinados para atrás. Luego rascó su barba rala y cana y lanzó un profundo suspiro al tiempo que volvía su mirada, como para medir la distancia recorrida.

Largo camino el que va de Puelches al boliche. Allá quedó sepultada, al fin el último vestigio de la niña araucana. Ya no más noches de insomnio. ¡Qué paz, ah que paz! Bella niña araucana, un coro de pifulcas vela por tí.

El cronista lo reconoció: Llega en el momento exacto, la hora del atardecer bermejo, como pensado para él. La misma estampa familiar del puente de Puelches, de la escuela de Puelches, del otro boliche, el del almacén de Tomas.

-Es Juan, el linyera poeta- anunció.

Los otros dos hombres se distendieron.

La medianoche avanza sobre el oeste. El Turco dormita sobre el mostrador mientras el cronista trata de no perder detalles de la conversación susurrada entre los dos personajes del rincón, apenas recortadas sus figuras por las bondades de un Sol de Noche de leve siseo.

-Yo le he dedicado unas trovas, aunque no muchos las conocen -dijo Juan.

-Ya lo sé, tocayo, ya lo sé.

Juan Bautista comenzó a armar meticulosamente un cigarrillo al tiempo que ofrecía su tabaquera.

-No- El poeta dibujó una sonrisa. -Yo ya he elegido lo mío- dijo señalando el vaso con líquido oscuro cubierto por un plato de metal.

-Usted dirá, cada uno busca la mejor manera de morir. Yo quiero acabar con los ojos mirando al sol.

-Y yo quiero hundirme lentamente, en medio del estrellerío.

-Sobre gustos...

Juan lo miró con aire pícaro, juntando las cejas.

-¿Anda de paso?

-Pregunta zonza, claro que ando de paso. Voy en busca de algunas respuestas.

-¿No las encontró en su viaje por el norte?

-No, de la misma manera que usted no las encontró en el sur.

-Yo insisto, aunque esté algo cansado.

-Yo también.

Juan Bautista destapó el otro porrón que aguardaba en la mesa y ambos brindaron en silencio. Ninguno reparaba en el cronista, ni en el Turco.

El poeta señaló las troneras estratégicamente dispuestas en las paredes del local y se rió.

-Este Turco, de haber vivido en Europa, hubiera construido almenas. Precavido el hombre, ¿ya lo reconoció?

-Creo que sí, pero no le importa. ¿ y a usted?

-Sabe que no. Alentaba la sospecha que algún día nos cruzaríamos.

-Sí. Somos hombres de dos tiempos distintos pero esto era inevitable. Y me gusta.

-Claro, a mí también, pero siempre me pareció que iba a ser difícil. Yo ando sin apuro, navegando en vinos y recuerdos. Usted en cambio...

-No se engañe. Los apurados son los otros. Yo busco lentamente la leyenda.

-Entonces, tenemos tiempo.

El cronista venció el último vestigio de reserva y acomodó su silla más cerca de la mesa. Los otros dos lo miraron brevemente y asintieron en silencio. Luego, las largas parrafadas sobre el vino y las distancias, detalles de recios entreveros y esa manía de modelar la historia a fuerza de presencia. El poeta desgranó coplas sobre sus amores que al final son uno solo. Juan Bautista salpicó la charla con anécdotas, esas que el viento va agrandando hasta convertirlas en huracanes. Ninguno de los dos terminó de emborracharse.

El amanecer se apoderó del paisaje he inundó totalmente la fachada del boliche de Chacharramendi. Juan Bautista acabó de aprestar el Lobuno y aceptó el paquete que el Turco le entregó en silencio mirándolo a los ojos

-Gracias- dijo y le tendió la mano.

Luego se estrecho en un abrazo con el poeta.

-Cuídese, que el vino no le gane.

-Apúrese, que la muerte no lo alcance.

Ambos partieron con rumbos distintos.

Juan Carlos Pumilla

25 de Octubre de 1987

sábado, 24 de julio de 2010

Una Joya: El Encuentro - Versión Televisiva del Cuento de Juan Carlos Pumilla (Primera Parte)

Esta versión del cuento tiene como a uno de los protagonistas a Juan Carlos Bustriazo Ortíz, en una faceta no muy conocida del Poeta.









El Encuentro - Versión Televisiva del Cuento de Juan Carlos Pumilla - Segunda Parte - (Final)




Gracias Pinky Pumilla por la gentileza de cederme el video. (O.R.).

miércoles, 21 de julio de 2010

Otro lujo: Un cuento de Juan Carlos Pumilla


Un indio viejo

Me traicionaste, acusa, mientras un filamento de furia titila en su mirada. El hombre que soporta la bota en el centro del pecho responde que una cosa es traición y otra, engaño. No traicionan los que son enemigos.

La suela se hunde un poco más pero no obtiene su correlato de quejidos.

La bota, cuarteada por mil soles, sucia de polvo de la pampa, cruzada por un gusano de sangre, hace juego con el rostro del estaqueado.

El mayor insiste. Hamaca el taco en las costillas gobernado acaso por la frustración y seguramente porque Villegas, con un laconismo exasperante le ha dicho “no vuelva sin resultados”.

Ya se sabe que las admoniciones de Blas Excelso del Corazón de Jesús Conrado Villegas no son para desdeñar. ¡Puede dar fe el sargento Carranza, responsable de desagraviar el ignominioso robo de los Blancos! Ni qué hablar de María Saldaña o Eustaquio Verón, pobrecitos, muertos por la Patria.

No se anda a las vueltas con Villegas. El creador de su propio mito ha experimentado la fruición de la sangre en los espantos cenagosos de Tuyutí. Y no está saciado.

Tuyutí, tres alianzas que son cuatro. Tuyutí: genocidio.

Y además está Roca de por medio. Roca, el zorro implacable, que le ha confiado el 3 de Caballería para que limpie de indios la pampa y haga su parte en la conquista de cincuenta y cuatro millones de hectáreas con destino las dilapidaciones de los Ataliva. O de Argentinito, el cachorro dispendioso en Gran Bretaña.

Amanece y una irradiación mezquina autoriza a que el llano se exteriorice. Cien años más tarde Carlos Alonso, cuya paleta resultará exigua para velar sus sangraduras, subrayará en sus lienzos los subterfugios de esta escena desangelada. El fogón, los vicios, un corrillo mustio y la caballada paciendo tras los matorrales bajos. Quizás un chimango grazne con impaciencia. Francisco Uevas siente que las tiras de cuero mojado que aferran sus muñecas comienzan a contraerse.

Uevas, Güevas, Huelva, algún día Depetris dilucidará la incógnita en sus repetidos escarceos con la Historia y le arrebatará el dato para el altar de la memoria. Hasta que ese momento alcance a vencer los pliegues del tiempo Francisco Uevas será el que el conciso parte militar describe: Pancho Uevas, un indio viejo. Eventualmente cristiano asimilado o indio, nomás.

En el atardecer del día anterior la partida había irrumpido en la ceja del monte que preanuncia Lonquimay en busca del esquivo Pincén que, por astucia o conocimiento, ya había abandonado el medanal. Los soldados rastrillaron el lugar hasta descubrir a un anciano que aguardaba serenamente.

Tras los forcejeos, alguna cachetada. Hubo quien, fastidiado por los resultados de la incursión, blandió la bayoneta del Rémington para apaciguar su enojo. No existe el que ignore qué hacer con esa hoja Solingen de cuarenta y siete centímetros. No se explicita en los manuales –quizá con el afán de preservar de perturbaciones ociosas la asepsia de los procedimientos -, pero cualquiera sabe que primero se hunde el acero en forma vertical hasta que el gavilán toque carne y luego se empuja hacia el costado… hasta el segundo crujido. De saberlo, hasta herr R. Kirschbaum hubiese quedado maravillado ante tanto esmero.

El soldado se quedó con las ganas porque el mayor hizo prevalecer su obcecación por establecer el nuevo destino de Pincén. Durante una hora, talvez algo más, Uevas fue interpelado por los bravos de Villegas, precisos, impiadosos, eficientes, quizás algo desprolijos por la premura. Al cabo de ese lapso el viejo articuló un ademán con la cabeza.

La partida abandonó el sitio apenas entrada la noche. Caballos y jinetes espectrales cuyos perfiles se adelgazaron a medida que avanzaron hacia el Oeste. Prestidigitaciones de las sombras que primero hicieron desaparecer la ceja del monte, luego la aguada y por último el fulgor plomizo de los olivillos. Lonquimay quedó atrás y así lo encontraría, antes de caducar el siglo, el ilustre Francisco Madero, magistrado y estanciero.

La columna se introdujo en la oscuridad de la espesura a paso redoblado. Nadie, ni siquiera Uevas, desconocía lo inexorable del objetivo. Pincén obedecía a imperativos mayores. Para qué, si no, Adolfo Alsina habría de decir que “es un indio indómito y perverso, azote del oeste y norte de la provincia (y) jamás se someterá, a no ser que, por un golpe de fortuna, nuestras fuerzas se apoderen de su chusma. Si esto último no sucede, Pincén se conservará revelde aún dado el sometimiento de todas las otras tribus hostiles. Es el tipo del hijo del desierto, indómito y salvaje por placer, por costumbre y por instinto"

Claro y conciso, el señor ministro de Guerra y Marina.

Al clarear los hombres hicieron un descanso para descubrir, en el pastizal doblegado por el rocío, las huellas de sus propias pisadas.

Y aquí están ahora, humillados, furiosos, sumergidos en sus lucubraciones y en los funestos augurios del regreso.

El mayor se demora en la contemplación de las estrías del horizonte. Sus facciones hacen juego con las del cautivo. Ladea el kepis y seca su frente con un pañuelo mugriento que dibuja una estela marrón sobre el entrecejo. Luego, con una mueca de hastío, encorva el brazo hacia la cintura. Pancho Uevas deja de sentir el peso de la bota sobre el pecho y persigue el itinerario del movimiento. Los tientos logran deshacer el nudo de sus puños apretados y con las palmas abiertas, su figura construye, en el crepúsculo acunado por una leve brisa, un cristo vencido. Voltea la cabeza para contemplar el ascenso del sol. El mayor arquea su espalda y Pancho Uevas, o Güevas o Huelva, contrariando las crispaciones de los degollados, no cierra los ojos.

Juan Carlos Pumilla*

Marzo de 2009

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Yo, Roca, digo:


"Estamos como nación empeñados en una contienda de razas en que el indígena lleva sobre sí el tremendo anatema de su desaparición, escrito en nombre de la civilización. Destruyamos, pues, moralmente esa raza, aniquilemos sus resortes y organización política, desaparezca su orden de tribus y si es necesario divídase la familia. Esta raza quebrada y dispersa, acabará por abrazar la causa de la civilización. Las colonias centrales, la Marina, las provincias del norte y del litoral sirven de teatro para realizar este propósito". Julio Argentino Roca (1843-1914)


*Nació en Santa Rosa el 3 de mayo de 1948. Se vincula a la palabra escrita a través del ejercicio del periodismo. En tal carácter ha publicado numerosos trabajos en diversos medios, actividad que sigue desarrollando junto con otras vinculadas a las artes gráficas, la comunicación audiovisual y las nuevas tecnologías informáticas. Es responsable de la investigación y textos de base del libro Historia de Victorica, editado en 1982 por la cooperativa de trabajo del diario La Capital ; del proyecto Cancionero de los Ríos, cuya auto ría comparte con Rubén Evangelista, editado por la Cámara de Diputados en 1985. Son de su creación los guiones de los ciclos televisivos "Un poco de cultura", "Señales" e "Historias a contraluz" y la realización "Nunca más penas ni olvidos" en el marco de un certamen nacional impulsado por el Instituto Nacional de Cinematografía. Sigue escribiendo guiones de historietas ilustradas por Daniel Lapetina, artista que en estos momentos está haciendo una recreación gráfica de "Ay Masallé". Sus libros anteriores son "Crónicas cortas de un tiempo largo" (1985) ; "El ciudadano" (1992) ; "Cuento con vos" (1986) ; "Viejos, tras un retazo del olvido" (1988). La primera versión de "Ay Masallé" formó parte de "Clave de sal" (1986) iniciativa editorial del Instituto de Historia Regional de la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLPam. que integró la novela a la investigación del profesor Julio Colombato "El tesoro de Salinas Grandes". Sobre este trabajo conjunto ha dicho la Asociación Pampeana de Escritores : "...por un lado está el aporte documental que realiza Julio Colombato -mayormente una secuencia seleccionada de las actas del extinguido Cabildo de Buenos Aires- que habilita la lectura de los sucesos que llevaron a la lIa’nura pampeana del Virreinato del Río de La Plata a lo alto del platillo de la balanza. Por otro, la novela de Juan Carlos Pumilla, que retama esos testimonios y, enriqueciéndolos, construye una bellísima obra hecha de claves y misterios. Un libro que edifica el presente a partir del pasado, que puede ser leído como un ritual de homenaje o una feroz denuncia, como un thriller argentino o una nouvelle histórica. Sea cual fuere el camino elegido al cerrar este ejemplar en el que la identidad de los narradores se torna casi material, se tendrá la certeza de la derrota del olvido...".

Fotografía: Juan Carlos Pumilla con su esposa Raquel (Artista Plástica) - Gentileza de Guillermo Herzel.

Mi enorme agrdecimiento a Pinky Pumilla por autorizarme a publicar el cuento. (O.R.).

jueves, 15 de julio de 2010

Un Lujo que nos damos en el Blog: Una nota de Guillermo Herzel*


*Guillermo Herzel: es escritor y poeta, de la vecina localidad de Guatraché, podemos mencionar entre sus obras, “Nosotros”, “En el nombre de los Padres”, “Historias en bicicleta” y "Cantares de la Tribu" entre otras.

Más allá de su gran obra literaria, es un hombre comprometido en lo social y lo político con los desposeídos, los humillados y los flagelados. Además de sentir y manifestar un gran respeto por los Pueblos Originarios es un gran investigador y divulgador de su cultura.

Es un gran orgullo para mi y la biblioteca que Guillermo haya escrito esta nota en forma exclusivamente para este Blog. Mi inmenso agradecimiento. (O. R.)



LA DIGNIDAD Y EL PROYECTO DOCENTE



Hace ya algo más de 30 años, visitamos por primer vez la comunidad mapuche de Ruca Choroi, cercana a la localidad de Aluminé, en la precordillera neuquina.

Conocimos entonces la escuela Nª 58 y a todo su personal.

Entre ellos, hicimos amistad con una pareja de maestros, Silvia Giglio y Daniel Pérez.

Volvimos al año siguiente y ya no estaban. Había otro director con el que también trabamos rápida relación. Pero de Silvia y Daniel no supimos más, hasta unos meses atrás, cuando por contactos comunes, detectamos mutuamente nuestros paraderos.

Ya jubilados, gozan el premio del deber cumplido. Es que fue mucho los que ellos hicieron por la dignificación de ese pueblo segregado. Actuaron como, entiendo, debe actuar un docente en aquellas latitudes, integrando a la comunidad, mediante la participación en la tarea educativa de padres, alumnos y docentes. Trabajando el sentido profundo de la identidad, derecho fundamental de toda persona, que debe potenciarse con aquellas actitudes que hacen que un niño, en la escuela, pueda encontrarse a sí mismo, encontrar a los suyos y encontrar, también, a lo que vive y siente en sus actividades diarias; respetando la diversidad y la igualdad de todos ellos.

En la década de los ’80, comenzaron a editar “Huerquén”, unos cuadernillos artesanales, hechos con máquina de escribir y mimeógrafo, con los que lograron recuperar las historias del lugar, de boca de los mayores. Luego el objetivo fue la lengua. Los niños la hablaban en sus casas pero no les era permitida en la escuela y, a partir de estos docentes, fueron incentivados a cultivarla. De este modo los niños podían ya escribir lo que les contaban sus padres o abuelos y también podían traducir los relatos que aquellos hacían en lengua mapuce.

Este pequeño fragmento del libro editado por la Universidad Nacional del Comahue es fiel testimonio de la intensidad del trabajo y de la responsabilidad ideológica de su autora:

“Un principio rector es pensar que la cultura es la característica de todo grupo humano y que es la estrategia de supervivencia por excelencia que se ha dado en nuestra especie. Por lo tanto la cultura es un fenómeno peculiar de todos los grupos humanos. Si sostenemos esto tenemos que darnos cuenta de que pensar que una cultura es más eficiente que otra sólo es posible desde una concepción de dominio y conlleva el germen del desprecio y la exclusión.

Otro principio sostenido desde las posturas de diversidad y multiculturalidad es que lo más importante que trae una persona al nacer es su integridad, su pertenencia, su construcción de sujeto. Esto se desarrolla en los primeros años, en el seno de la familia. “Si lo que soy y lo que traigo es despreciable, entonces yo soy despreciable”.

En el transcurso del trabajo en las distintas comunidades, partimos del reconocimiento de lo que eran, del auto-respeto y de la recuperación de la dignidad.”

Los que crecimos rindiendo homenajes al conquistador que, generosamente, había cruzado tantos mares, sólo por traernos “la” cultura, sabemos cuanto más vale un origen que otro, más allá de cuál sea el de cada uno. Conocimos la intensidad y el contenido del festejo anual del “Día de “la” raza”

¿Qué habrán pensado los originarios de estas tierras, al llegar esa fecha, cada año, qué pensarán al transitar una ruta a la que hemos designado “Conquistadores del Desierto”? ¿Cuál será la sensación que siente ese mismo individuo, si vive en una ciudad que se llama General Roca o Emilio Mitre?

Situaciones como estas y tantas otras, son las que estos maestros, ahora jubilados, han tratado de resolver en su digno pasaje por la docencia, como un modo mínimo e irrenunciable de reparar, en parte, la injusticia a la que fueran sometidos todos los pueblos del continente tras la llegada del conquistador.

En una especie de prólogo, escrito a mano, en uno de esos cuadernillos, allá por el año ’85, cuando se ponía en marcha el proyecto, Silvia Giglio muestra la valoración que hacía de ese mundo que, entonces, se habría ante sus ojos:

“Quiero agradecer a la gente de la agrupación Aigo por contarme todo lo que me contó.

Aprendí muchas cosas con ustedes, sobre todo aprendí a quererlos.

Y seguramente tendrán muchas cosas más para contar.

Recordaré siempre las visitas y las charlas que he tenido con ustedes.

Trataré de que esto que me confiaron lo sepa otra gente para que también los conozcan.

Y lo haré con el mayor respeto que se les debe tener como gente de esta tierra.”

Hoy ponen ante nosotros el producto de esos años vividos intensamente en la comunidad de Ruca Choroi:

*Un libro, “El Huerquén”, recopilación de todos aquellos cuadernillos, a los que Silvia sumó los objetivos propuestos en el trabajo, que luego se extendió a otras comunidades y el relato de semejante experiencia.

*Y el relato de algunos importantes avances de ese pueblo que conocimos vencido y disperso, ahora organizado democráticamente, mediante la elección de sus caciques y del Concejo, que permanecen dos años en sus cargos, con el derecho de destitución por parte de quienes los eligieron, si no los desempeñaron en las formas previstas.

La comunidad Aigo, de Ruca Choroi, organizada y movilizada, ha recuperado su dignidad, su identidad y buena parte de la tierra que les había sido injustamente quitada.

Aunque ellos lo nieguen, la tarea que Silvia y Daniel desarrollaron en su pasaje por la Escuela Nº 58 de Ruca Choroi, imitada luego en otras escuelas, tiene mucho que ver con todas las reivindicaciones que, mediante la organización y la lucha, vienen logrando esos nobles pueblos, corridos de las mejores tierras de las actuales provincias de Buenos Aires, Córdoba y La Pampa, y echados al otro lado del Río Colorado, en principio y a los duros confines de arena y cordillera, finalmente, con el único objetivo de apropiarse de esas tierras que anticipadamente aseguraban un brillante negocio.

Silvia Giglio; EL HUERQUÉN: Interculturalidad y Educación, una experiencia en escuelas rurales


Este es el libro al que hace referencia en la "entrada" anterior Guillermo Herzel"
(Para más información relacionada con el libro, comunicarse a este blog)




miércoles, 14 de julio de 2010

14 de julio de 1789.- Toma de la Bastilla

Allons, enfants de la patrie,
le jour de gloire est arrivé!
contre nous de la tyrannie
l’ étendard, sanglant est levé.
Entendez-vous dans les campagnes
mugir ces féroces soldats?
Ils viennent jusque dans nos bras
egorger nos fils et nos compagnes!…
Auz armes, citoyens! formez vos bataillons!
Marchons! qu’ un sang impur abreuve nos sillons!…

¡Marchemos, hijos de la patria, el dia de la gloria ha llegado ya!
Contra nosotros el sangriento estandarte de la tiranía se ha levantado.
¿Oís rugir en los campos a esos feroces soldados?
¡Vienen a degollar en nuestros brazos a nuestros hijos y a nuestras compañeras!
¡A las armas, ciudadanos! ¡formad vuestros batallones!
¡Marchemos! ¡que la sangre impura riegue nuestros campos!…


En algunos momentos, el alma nacional de los pueblos arde con cánticos que levantan el espíritu. Cánticos de muerte y patria, que ayudan en la lucha, que enaltecen, y que restallan en los cerebros con una sola voz. Unidos hasta la muerte, los pasos marchan, inflexibles, por Francia, por la libertad.

Aquel cántico que tantas veces sonó en la plaza de la Bastilla se convirtió con el paso del tiempo en el himno nacional. La Marsellesa es el reflejo de las ansias de libertad del pueblo francés, las notas de la lucha y la voluntad. Y aquel instante, aquel 14 de Julio de 1789 se convirtió en el símbolo de la República.

Ya llevaba meses la revolución extendiéndose por las calles de París. La idea de un nuevo régimen; la creación de una Asamblea Nacional, y el Juramento del Juego de la Pelota del 20 de junio por el que se adjuraba el Tercer estado (el pueblo a conseguir una Constitución para el país), habían tensado la situación en París. Pero la intransigencia del rey Luis XVI ante el movimiento del populacho, y la destitución de Jacobo Nécker, uno de los políticos más influyentes y queridos por el pueblo, como ministro de Hacienda, hizo que la mecha prendiera aún más. Desesperado, el Rey pidió ayuda a los países extranjeros leales, quienes se congregaron en los alrededores de París y Versalles. Aquéllo fue entendido como un acto de autoproclamación de despotismo por parte de Luis XVI… y el pueblo se lanzó a las calles.

Una ingente muchedumbre de entre 40 y 50.000 personas se lanzaron a la toma de Les Invalides, en busca de armas con las que defenderse. Los cánticos resonaron al unísono en la Plaza de la Bastilla, pero desde su itnerior, los soldados que quedaron a su defensa se negaron a abrir fuego contra el pueblo a pesar de contar con varios cañones. En las cercanías, en el Campo de Marte, los regimientos reales, a las ordenes de Pierre de Besenval se niegan también a cargar contra los amotinados.

Es la señal, y el pueblo se lanza febrilmente a escalar los muros que rodean la Bastilla. a las 15,30 h. de aquel 14 de Julio, con cinco cañones de los que se han apoderado, disparan contra la Bastilla. Poco después, capitula. A las 17,00 h. la muchedumbre invadió la Bastilla apoderándose de las armas y la pólvora. el alcaide de la prisión, el marqués de Launay fue ejecutado rapidamente y su cabeza expuesta en las murallas. Fue el primer gran paso en aquella Revolución, que ya no se detendría hasta acabar con el propio rey y su familia en la guillotina.

Aquel acto de fiereza, de agonía, de ansia de libertad contra la opresión por parte del populacho, obreros, albañiles, artesanos… tuvo un significado especial para el mundo. La Historia de Francia cambió para siempre y aquella fecha ha quedado grabada en la memoria de los franceses. Hoy día, el 14 de Julio se celebra la Fiesta Nacional de Francia, aún cuando realmente, el motivo de esa Fiesta sea la que se produjo exactametne un año después, el 14 de julio de 1790, con la Fiesta de la Federación.

Plaza de la Bastilla

En el lugar donde antiguamente estaba la Bastilla, demolida poco después, se construyó una gran columna, de 24 metros de alto, elaborada con el bronce de los cañones que se sustrayeron a los españoles, e inaugurada en 1840.

La plaza, hoy día, se la conoce con el nombre de Plaza de la Libertad.