sábado, 7 de agosto de 2010

30 de Julio Reunión de Bibliotecas Populares de La Pampa Disertación de Sergio De Matteo

Bustriazo Ortiz y las palabras

por Sergio De Matteo

Para poder plantear una posible lectura, entre otras viables, de la poesía de Juan Carlos Bustriazo Ortiz es necesario situar la hipótesis en el contexto en el que se ha estructurado el pensamiento occidental.

Bajo la matriz de Platón hemos fundado nuestras tradiciones, academias, escuelas; las interpretaciones como las etimologías —el significado verdadero de las palabras a las que recurrimos—, sin duda lo corroboran.

El programa de la metafísica occidental se basa en la idea de un centro: un origen, una verdad, una forma ideal, una esencia, un Dios, una presencia, que suele escribirse con mayúscula y garantiza todo significado.

Cuando el arte interpela ese ordenamiento es porque pretende establecer una nueva categorización simbólica. Es que los centros excluyen, marginan; en tal sentido los poetas son expulsados de la República por Platón. Es que con sus metáforas atentan con ese centro perfecto, pues tergiversan las ideas, le adicionan suplementos, o le recrean sombras. El poeta es un deconstructor, descentra, subvierte constantemente.

Jacques Derrida discute con este programa dominante en el artículo “La farmacia de Platón” (1965); donde analiza la imputación hecha a la escritura en el Fedro: “La escritura no puede, entonces, servir sino para la rememoración; en ningún caso podría reemplazar a la memoria verdadera...”; y en el libro De la gramatología (1967) expone que la tradición del pensamiento occidental favorece al habla (la palabra oral), por sobre la escritura (la palabra escrita).

Ducrot y Todorov señalan: “bajo el dominio de la escritura fonética, se ha privilegiado el lenguaje hablado como si constituyera el lenguaje por excelencia: con respecto a él, el lenguaje escrito apenas sería una imagen reiterada, una reproducción auxiliar o un instrumento cómodo. El habla sería, pues, la verdad, la ‘naturaleza’ y el origen de la lengua, y la escritura tan sólo un vástago bastardo, un suplemento artificial, un derivado innecesario.”

En los estudios modernos se ha considerado a la literatura como una práctica discursiva, así como en las culturas milenarias hubo modos y formas de contar que, de alguna manera, podríamos también denominar “literatura”. La primera vinculada más al oficio de escritor y a la industria editorial; y la segunda acepción se relaciona a las particularidades “primitivas”, al pensamiento salvaje.

En principio, pareciera que ambas metodologías o inventivas representan instancias completamente diferentes; cuando, en realidad, habría un nexo que puede reunirlos, y ese es el escritor, el poeta. Su trabajo con y sobre la palabra constituye el ejercicio que reúne dos procesos que parecieran distintos; tanto el de la inspiración y su vinculación con los dioses y, por supuesto, el verbo y su carácter mesiánico; como el artificio y los múltiples recursos estilísticos tan presentes en las investigaciones contemporáneas.

En dichos espacios es donde los significados y las estéticas se manifiestan y se imbrican, es que todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. Son los pliegues y repliegues de símbolos que demarcan las épocas y por las que transcurren, también, la literatura y sus autores.

Las concepciones que citamos pueden identificarse conjugadas en la poética de Bustriazo Ortiz. En el cuerpo textual se interrelacionan la producción oral con la escrita, la invocación de la musa como el empleo de la técnica; todas herramientas válidas y típicas para dar, en definitiva, origen a una obra literaria. En este caso en particular, el Canto Quetral.

Esta preeminencia del “habla” sobre la “escritura” traspasa por una parte de la obra de Bustriazo. ¿Cómo?, se preguntarán ustedes: si comprendemos que las poesías de sus primeros libros están identificados con “los repertorios de impronta folklórica y forma tradicional”, al decir de Dora Battiston, por lo tanto más vinculadas al género musical. En tal sentido tendríamos, por ejemplo, huellas, estilos, zambas; justamente Rosa Blanca de Morán destaca estos atributos en un artículo en el suplemento cultural “Caldenia”, e incluye la copla. En la práctica aquella primera obra de Bustriazo ha sido apropiada e interpretada por los músicos de La Pampa (Guillermo Mareque, Guri Jaquez y Cacho Arenas) y los grupos (Los Ranquelinos, Confluencia, Alpatacal, entre otros). Se puede cotejar la enorme cantidad de poemas traspuestos a la canción consultando la edición del Cancionero de los Ríos.

A partir de 1969, cuando se edita Elegías de la Piedra que Canta, emerge una escritura que contiene el sustrato de la producción anterior pero que amplia el registro a un modelo lingüístico novedoso, excéntrico, que marca una diferencia, y es donde se inicia la etapa experimental de Bustriazo. Bajo esta óptica, la escritura fonética no agota los recursos de la escritura; porque la posibilidad de la escritura fundamenta la posibilidad de la lengua misma. Entonces en los libros de esta etapa podrá observarse a la escritura como huella, como que el ejercicio se hace más puntilloso y se focaliza sobre las mismas letras. Este trabajo se percibe en la lectura directa, sin aditamentos; sostenida en una visión estética de la literatura que prevé una pluralidad abierta de palabras y de signos para los textos. Sin embargo no sólo se destaca en la invención de palabras —neologismos—, sino también en el empleo sobreabundante de los enclíticos, la metonimia, la combinación de la lengua española con la lengua de los pueblos originarios, el juego fonético y su efecto musical; tanto en Los decimientos (1972-1973) como en Libro del Ghenpín (1977) hay una textualidad que funciona a modo de experiencia, de exploración o de juego, implícito en las diferencias de la escritura. El texto está compuesto de palabras que pueden tener distintos significados. La huella es una marca que conserva un “espacio de inscripción”, y esa “presencia” sígnica implica la escritura de la huella, porque implica a la vez la especialización, la temporalización y la relación con el otro.

Si se analiza el siglo pasado a través de su escritura tendríamos varias muestras que demostrarían que hubo una especie de revolución lexical. Lo preanunció el simbolismo francés al reconocerse en “las palabras de la tribu” y se prolongó, a modo de programa, en los manifiestos de las vanguardias.

Este continente también vivía su propia trayectoria y prefiguraba las búsquedas por venir, en donde se colocaría en suspenso “el buen decir”.

Rubén Darío, uno de los padres del Modernismo latinoamericano, entendió ese vacilar de las cosas y se anticipó en las “Palabras liminares” a Prosas Profanas:

“…(Si hay poesía en nuestra América, ella está en las cosas viejas: en Palenke y Utatlán, en el indio legendario y el inca sensual y fino, y en el gran Moctezuma de la silla de oro. Lo demás es tuyo, demócrata Walt Whitman).

Buenos Aires: Cosmópolis.

¡Y manaña!

Varios escritores se apropiaron de la consigna sociopolítica y literaria del nicaragüense y, desde ese anclaje, marcaron su propia impronta que se sustenta, nada más ni nada menos, que en la configuración de un espacio literario propio, inserto en un colectivo, y siempre en relación con la serie literaria.

En esa experiencia extrema de subvertir a la lengua se destacan Cesar Vallejo y Trilce, Raúl Bopp y Cobra Norato, Vicente Huidobro y Altazor, Oliverio Girondo y En la masmédula, Susana Thénon y Distancias, Juan Carlos Bustriazo Ortiz y Libro del Ghenpín; porque cada uno de ellos en sus procesos creativos abrieron las compuertas del lenguaje al flujo libre de ciertas palabras condenadas por la lengua hegemónica, o por las reglas gramaticales. Walter Muschg dijo: “Los poetas no sólo han creado la cultura, sino que una y otra vez la aniquilaron, cuando les pareció poco vital”.

Al reponer los nombres de esos escritores se pretende resaltar también un hecho geopolítico, una toma de posición ideológica, acorde a lo propuesto por Rodolfo Kusch: superar el “miedo de ser nosotros mismos”. Además porque son voces de la América Profunda que usufructuaron la lengua dominante, contaminándola con el vasto y precioso vocabulario de los pueblos originarios, o con los giros idiomáticos de los inmigrantes.

En esa simbiosis emerge nuestra “habla”, con su conciencia del propio lugar poético, pleno de mestizaje, un híbrido condicionante de la realidad literaria existente: “lugar que se establece entre el pasado vuelto mito que depende de su devolución ritual al presente, entre la ruina y el héroe, memorias que sólo la poesía ritualmente asumida puede evocar, y un futuro descriptivo en la poesía”.

Es la sustancia mitopoética en donde se “relata” el origen de la escritura, de la práctica escrituraria, y que se entrelaza tanto en los mismos poemas así como las explicaciones o declaraciones del autor. Porque más racionalismo o positivismo que haya, siempre estuvo presente la leyenda de “un principio”, y en muchas culturas existe una historia, una narrativa, al respecto, con sus teogonías y cosmogonías; y es ahí donde surge el canto, la poesía, etc.

La función principal de la poesía es transformarnos. A algunos poetas solitarios les está reservado vivir en estado de metamorfosis permanente. Y ese es el caso de Bustriazo Ortiz, porque ha recorrido todas las posibilidades que tiene la escritura, tanto en sus facetas orales como de la misma escritura; también es patente esa convivencia entre lo mágico y ritual con la técnica y el programa creativo. Quizás una síntesis de lo que hemos dicho sea lo que planteó Wittgenstein: “la gramática es imagen”. La poética de Bustriazo podemos asemejarla, o hermanarla, a las imperecederas pinturas rupestres: “he ahí, la piedra”, sus piedras.

Los ejemplos seleccionados mostraron y demostraron esa hipótesis, el carácter plástico que asumen algunos textos, así como lo fue aquella obra inaugural de Mallarmé: Un golpe de dados, o los caligramas de Apollinaire.

Planteaba al comienzo el paradigma platónico y la forma en que se estructuró el pensamiento occidental; y quisiera rescatar algo más de los griegos: la “admiración” que sintieron por ese mundo en devenir, o sea, éste, que los llevo a valorar tanto la “reflexión” para poder explicarse el sentido del universo y del hombre. Y había sólo una herramienta a disposición para cumplir ese propósito, realizar ese alto ejercicio racional: “la palabra”; y aunque Platón expulsó a los poetas de la República, esa práctica persistió hasta hoy en día, porque seguimos hablando sobre la poesía. Sí, como dice Gastón Bachelard: “La poesía es una admiración, exactamente en el nivel de la palabra, en la palabra y por la palabra.”

Bustriazo Ortiz sabía y se reconocía en esa realidad, también en esa ficción, porque él es protagonista de muchos de sus poemas, que, en definitiva, fundan y prosiguen los rituales de la literatura. Escribía don Bustriazo, y demostraba humildemente su maestría; inventaba y dudaba para seguir creando, para seguir siendo, por siempre, en la lengua, en la misma lengua que se nombraba.

“Décima Sexta Palabra”

Adiós, adiós. Hasta mañana, lengua,

lueguito o no, luegura si me llega,

levántar me, nacerme de la huesa,

la sabanura, almohada, estotra greda

de la que subo taza, vaso o lunega

jarra de Juan. Hasta mañana, lengua!

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